A poco más de un año de la aparición de Covid-19 en el
mundo, muchos países están sufriendo una segunda ola de contagios y muertes,
mucho mayores que antes. Varias vacunas han sido aprobadas para el uso de
emergencia, pero faltan dosis, jeringas, personal y la organización necesaria
para lograr que lleguen a los brazos de la gente. Según el gobierno mexicano, será hasta 2023 que se termine de vacunar a
todos en este país, así que la pandemia todavía va para largo.
En el país y en el mundo, la pandemia de Covid-19 ha puesto
a prueba al sistema y a los gobiernos. La mortífera segunda ola subraya sus
fallas, llegando a más de 100 millones de contagios y más de 2 millones de
muertes en el mundo. Frente al medio millón de nuevos casos cada día,
solo se ha vacunado al 1.2 por ciento de la población mundial.
Hasta el 29 de enero, México
está en el tercer lugar de muertes
totales, después de Estados Unidos y Brasil, con más de 156 mil muertes.
Está en noveno lugar en el mundo de muertes por cada 100 mil habitantes. Más de
mil personas se están muriendo cada día, se han infectado casi dos millones de
personas (una en cada 69), pero la vacunación está a menos de la mitad del
promedio mundial, al 0.5 por ciento de la población, todo esto según las cifras
oficiales.
Sin embargo, la situación real es mucho peor de lo que
indican las cifras oficiales. El INEGI (Instituto Nacional de Estadística y
Geografía) acaba de informar la cifra de exceso de mortalidad (la cantidad de
muertes por encima del promedio de años anteriores) para los meses de enero a
agosto de 2020: 184 mil 917 personas. Esto refleja muertes por Covid
(registradas y no) y el exceso de muertes por otras enfermedades, como
resultado de la falta de atención médica oportuna durante la pandemia. De esta
cifra se puede calcular que hay 2.5
veces más muertes de las registradas por el gobierno. Quiere decir que el total real de muertes por la pandemia
hasta ahora es más de 390 mil personas.
Esto nos da una visión más real de la verdadera
dimensión de la pérdida de vidas humanas a causa de la pandemia.
Todo esto subraya la
urgencia de hacer todo lo posible para reducir los contagios y las muertes por
Covid.
En el valle de México y otras ciudades, la gente enferma
hace fila por horas para conseguir un tanque de oxígeno, los hospitales están
saturados y las ambulancias se niegan a llevar enfermos graves porque dicen que
no hay dónde los admitan. Muchos se forman desde la madrugada con la esperanza
de alcanzar una ficha para una prueba rápida, mientras otros buscan
desesperadamente quién recoja el cuerpo de su ser querido fallecido en casa.
En todas partes aumenta la pobreza y el hambre por la
pérdida del trabajo, y decenas de miles de enfermos no tienen en dónde ponerse
en cuarentena sin infectar a sus familiares. Han aumentado las muertes de
trabajadores en General Motors y en la Volkswagen, en la industria funeraria, entre
otros “trabajadores esenciales”. Y después de un año de la pandemia, todavía
falta el equipo de protección personal para los trabajadores de salud, faltan los
medicamentos necesarios, faltan camas hospitalarias y personal médico para
atender a todos los enfermos.
¿Qué impide que se produzca y distribuya el oxígeno a los
que lo necesiten, sin subir el precio hasta las nubes cada vez que la demanda
supera la “oferta”? ¿Qué impide que haya pruebas para todos, y lugares (con
comida, cama, oxígeno y atención) para pasar la cuarentena con seguridad? ¿Por
qué todavía falta equipo de protección personal para las personas expuestas a
diario a los contagiados de Covid? ¿Por qué la vacunación avanza a un paso tan
lento?
Todo esto, en primer lugar, es producto del sistema en que vivimos—un sistema en que los principales medios de
producción son la propiedad privada de grandes capitalistas que subordinan y
explotan a miles de millones en todo el planeta, según los dictados de la
competencia entre ellos por la máxima ganancia; un sistema en que los Estados de
cada país se encargan de mantener a flote este sistema y el control social de
sus víctimas. El sistema no inventó ni fabricó la pandemia, pero su funcionamiento
sí aumenta con creces el sufrimiento humano innecesario
que la pandemia arroja.
Es ese sistema de competencia capitalista que estrangula el esfuerzo
científico por desarrollar y aplicar vacunas efectivas, con la carrera
competitiva entre monopolios farmacéuticos, que acuerdan vender los primeros
lotes abrumadoramente a los países ricos, y luego ni pueden entregarlos en el
tiempo acordado. Es la competencia capitalista que hace subir el precio del
oxígeno, medicamentos, equipo y otros insumos necesarios. Y son los cálculos de
gobiernos capitalistas que limitan y recortan gastos en rubros esenciales para
salvar vidas y los presupuestos para la salud.
Frente al sufrimiento innecesario
que provoca el actual sistema capitalista de esta y muchas otras maneras, se
necesita una revolución real para tumbar el Estado, desarraigar el capitalismo,
remplazarlo con el socialismo y apoyar
esta misma revolución en todos los países hasta finalmente eliminar todos los
horrores que el capitalismo conlleva. Esta revolución es posible y urge
trabajar ahora para crear la conciencia y la organización necesarias para
hacerla.
En segundo lugar, las políticas de
los gobiernos también influyen. Aunque ningún gobierno actual puede rebasar los
límites impuestos por las relaciones capitalistas, puede hacer un trabajo mejor
o mucho peor que resulte en disminuir o aumentar mucho el sufrimiento de la gente.
Como parte de luchar por la revolución, necesitamos denunciar los
errores, las injusticias y mentiras de las autoridades (y de otras fuerzas
reaccionarias), así como apoyar las protestas y organizar a la gente que busca
cambiar el mundo.
El gobierno de México ha tenido un
enfoque pasivo y en gran parte erróneo hacia Covid-19. Han minimizado la
gravedad de la pandemia, y han aplicado una estrategia y método diseñado para los
virus de influenza que es insuficiente frente a SARS-CoV-2. López Obrador ha insistido
repetidas veces que saldremos de esto “pronto” y ha promovido la ignorancia y
la superstición religiosa (sobre todo con el “Deténte”, talismán religioso que él
decía le protegería contra el Covid), en vez de promover la ciencia y la
verdad. López Gatell ha insistido en una estrategia que no centra en hacer todo
lo posible para reducir los contagios y las muertes, sino en evitar el colapso
del sistema hospitalario (un objetivo necesario, pero no suficiente).
En la conferencia del 25 de junio, explicó esta estrategia así: “Las medidas (de mitigación)… son con el objetivo de
reducir el número de personas que diariamente presentan la enfermedad”. Añadió
que “esto está descrito desde al menos 2005 en los planes de preparación y
respuesta ante epidemias semejantes a esta, el modelo ha sido influenza, es que
aunque la misma cantidad de personas tenga la infección, los casos se presenten
de manera diferida… El éxito entonces consiste en que como son menos (casos) el
mismo día, no se saturan los hospitales, ese es el objetivo uno: reducir
el tamaño del pico epidémico…eso es aplanar la curva”.[1]
O sea, la
estrategia del gobierno no centra el esfuerzo en reducir los contagios y las
muertes sino que el objetivo principal es posponer el pico de la pandemia y ampliar
la cantidad de camas hospitalarias, para que no se sature el sistema sanitario.
López Gatell declaró que “logramos que hubiera menos casos por día, sobre todo
en el pico, logramos desplazar la fecha del pico y hemos logrado que nadie se quede sin atender porque
el hospital está lleno, entonces tenemos éxito, pero la epidemia sigue”. Aunque canta victoria, en
realidad ha habido muchos casos de hospitales saturados, ha habido enfermos que
mueren en hospitales sentados en sillas porque no alcanzan cama, y muchos que mueren
en casa porque les dijeron que se quedaran allí por la línea telefónica de
Covid. Se estima que el 58% de los fallecimientos han ocurrido en casa.
Es necesario ampliar las camas hospitalarias, pero descartar otras medidas para minimizar contagios y muertes ha
llevado a miles de muertes más de lo necesario.
En todo el mundo, científicos, epidemiólogos y médicos que atiendan a los
pacientes de Covid investigan y examinan la experiencia acumulada. Desarrollan
experimentos para conocer las características de este nuevo virus, aprender
cómo se transmite, descubrir otros métodos para contener el contagio y reducir
muertes, mientras desarrollan nuevos tratamientos y vacunas. Así la
Organización Mundial de Salud (OMS) corrigió su error inicial de oponerse al
uso de cubrebocas generalizado en toda la población. También aprendieron de
experiencias de pruebas amplias de la población, y concluyeron que es necesario
insistir en hacer pruebas generalizadas y el rastreo de contactos para contener
el virus.
El gobierno mexicano ha sido muy renuente a aprender de todo esto. López
Gatell insistió que las pruebas masivas eran “contraproducentes” desde los
comienzos del contagio comunitario, alegando que ya no era posible contener el
contagio, solo “mitigarla”. Además, los dos “López” rechazaron el consejo de la
OMS, la OPS y numerosos estudios científicos que documentaron la eficacia de
cubrebocas y la aplicación de pruebas masivas para reducir las pérdidas humanas.
Por ejemplo, un documento de la Fundación UNAM de julio 2020 cita la conclusión del Grupo
de Análisis Epidemiológico COVID-19 de la UNAM, de que “la
disminución de contagios en una comunidad se logra hasta que se implementa el
uso obligatorio, continuado y masivo de cubrebocas”, basándose,
entre otros, en un estudio en que participó Mario Molina (químico premio Nobel
mexicano)[2]
de la transmisión de Covid-19 en el aire y el impacto del uso de cubrebocas en
tres países (China, Italia y Estados Unidos).
Sin embargo, López
Obrador seguía insistiendo que no necesitaba usar cubrebocas, porque “no tengo
síntomas”, porque le dan pruebas frecuentes, y porque los expertos que le aconsejan,
“me dicen que no es necesario”, excepto al viajar en avión. Esto es ridículo,
ya que muchos contagiados son asintomáticos (no tienen síntomas) pero pueden
infectar a otros.
Por su parte, López
Gatell seguía contraponiendo el uso de cubrebocas a las otras tres medidas
básicas para combatir el contagio (lavar las manos frecuentemente, quedarse en
casa, y la “sana distancia”). Insistía que usar cubrebocas llevaría a dejar de
lado lo demás, que el mal uso de cubrebocas sería “peor que no usarlas”, que no
existía “evidencia científica” de su
eficacia para reducir el contagio, aunque decía que los enfermos debían usarlo,
y tal vez ayudaría su uso en lugares cerrados. Decía que no hay evidencia de
que el cubrebocas protege al portador, que no es cierto, y tampoco reconocía
que aún más importante es promover que lo usemos para proteger a todos los
demás. Hasta la segunda ola de aumento de contagios y muertes en noviembre
y diciembre, finalmente agregó cubrebocas a las medidas básicas para reducir
contagios y muertes.
¿Como se justifican
presidentes y expertos que rechazan las lecciones aprendidas y documentadas por
otros científicos? Se ha demostrado científicamente que 1) muchos de los
infectados son asintomáticos, y aunque no sepan que tienen Covid, pueden
infectar a otros; 2) la transmisión del virus por gotitas y aerosoles que salen
de la boca de la gente es reducido en parte importante por las cubrebocas
usadas correctamente; y 3) pruebas amplias y el seguimiento de contactos son
esenciales para conocer y contener el contagio, lograr que se aíslen los infectados (incluidos
los asintomáticos) y que se hospitalicen oportunamente a los casos graves.
En enero de 2021, se
publicó un importante documento, “Reflexiones sobre la respuesta de México ante la
pandemia de Covid-19 y sugerencias para enfrentar los próximos retos”, que
salió de un seminario virtual de “especialistas en salud y desarrollo social”,
convocados por el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), la UNAM, el
Colegio de México e importantes institutos e instituciones de la salud en el
país además de la Organización Panamericano de la Salud (OPS) y la CEPAL. Entre
las recomendaciones señalan la importancia del uso obligatorio de cubrebocas
y la necesidad de más pruebas amplias, rastreo de contactos y aislamiento de
contagiados.
Hace falta que se ponga al mando del manejo de la
pandemia un método y enfoque mucho más científico, que examine
objetivamente y se esfuerce por aprender de la experiencia acumulada; que
escuche y analice científicamente las críticas, en vez de rechazarlas de
antemano porque sus contrincantes políticos las aprovechan, sin examinar
seriamente si corresponden o no a la realidad. Hace falta retomar las críticas que
son verdad.
Un ejemplo
del método erróneo fue el rechazo de López Obrador al artículo en el New York Times en mayo de 2020 que
documentó el subregistro de casos y muertes de Covid en CDMX, atacando al periodista por “falta de
ética”, sin presentar ninguna evidencia de distorsión o falsedades en el
contenido. Ahora el estudio del INEGI que citamos al principio demuestra que sí
ha habido tal subregistro. López Gatell también atacó el artículo, pero no
cuestionaba las cifras, aceptando que la diferencia “estriba en documentación
precisamente de los casos de personas que fallecen con las características
clínicas de Covid, pero no han sido confirmadas” (por falta de prueba de
laboratorio), y que serían diagnosticados por dictamen”.
Algunos casos
y muertes han sido agregados a las cifras oficiales, pero el problema más a
fondo es otro comentario de López Gatell que señaló que “este proceso de
validación no urge porque no depende de eso el manejo de la epidemia en el
país”. Esto es el quid del problema. Se insiste en usar un sistema de
vigilancia epidemiológica que se desarrolló para epidemias de influenza como
guía para el manejo de una pandemia de otro tipo de virus que causa otro tipo
de enfermedad. Hasta dejar de limitarse a semejante modelo al mando del combate
de esta pandemia, habrá miles más
muertes que pueden y necesitan ser evitadas. Como señalamos en el artículo
anterior sobre el debate en torno al artículo en el NYT, “…el que sea o no verdad
el artículo del Times no depende de a
quién beneficia políticamente. Depende de los hechos: o bien existe un
subregistro de muertes de Covid-19 o no existe, y saberlo importa para
determinar cómo enfrentar mejor los estragos causados por el virus”.
Contra el
método de la “verdad política” (“lo que conviene a mis intereses políticos es
verdad para mi”) aplicado generalmente por López Obrador y López Gatell, se
necesita luchar por una epistemología científica: si algo es verdad o no lo es,
depende de si corresponde a la realidad o no. Y como enfatiza el nuevo
comunismo desarrollado por Bob Avakian, en vez de ocultar o tergiversar las
“verdades incómodas” (inclusive con relación a los errores de los comunistas),
se necesita examinar y aprender de ellas. También contra el método “instrumentalista”
de López Obrador, de sustituir la realidad con sus deseos y declarar supuestas
“verdades” sobre esa base (“yo tengo otros datos”), se necesita examinar la
evidencia en la realidad objetiva y esforzarse para llegar a comprender lo que
realmente es verdad y lo que es falso.
La fallida respuesta del sistema capitalista-imperialista mundial y de la
gran mayoría de los gobiernos frente a la pandemia demuestra con creces la
necesidad de la revolución comunista y de aplicar un método rigurosamente
científica.
Aurora Roja
Voz de la Organización
Comunista Revolucionaria, México
Bajar texto en formato pdf:
aurora-roja.blogspot.com auroraroja.mx@gmail.com
[1] “'Tenemos éxito': Así defiende López-Gatell la
estrategia de Salud ante COVID en México”, Andrea Vega, 25 de junio de 2020,
Animal Político. Todas las citas de este y el siguiente párrafo son de este
artículo.
[2] “Identifying airborne transmission as the dominant route for the spread of COVID-19”, realizado por R. Zhang, Y. Li, A. Zhang, Y. Wang y M. Molina, señalado en “Uso de cubrebocas, método eficiente para prevenir la COVID-19, Fundación UNAM. (Traducción nuestra: “Identificando la transmisión en el aire como la ruta principal para la transmisión de COVID-19”).
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