Qué pasó, por qué
pasó… y qué hay que hacer
8 de enero de 2021 | revcom.us
7 de enero de 2021. Dos cosas de enorme importancia ocurrieron ayer.
Primero, Donald Trump fomentó un intento de golpe de estado. Convocó a
una turba a acudir a Washington, D.C. para protestar el día en que el Congreso
iba a certificar oficialmente a Biden como el próximo presidente. Azuzó a esa
turba durante más de una hora, diciéndoles que marcharan al Capitolio para
“demostrar su fuerza”. Luego mandó esa turba al Congreso, y durante horas se
negó a hacer siquiera una muestra de decirles que se calmaran. Blandiendo sus
banderas de la Confederación esclavista, Estados Unidos y Trump como hachas de
combate, y algunos de ellos armados, treparon los muros y rompieron las
ventanas y se desmandaron casi sin control por los corredores, donde
aterrorizaron a los legisladores e hicieron destrozos en las oficinas. Su
demanda única: que Donald Trump, que perdió las elecciones por
un margen decisivo, no obstante continúe en el poder ilegalmente por
cuatro años más.
Segundo, este intento de golpe de estado fue derrotado.
Senadores y congresistas de ambos partidos lograron reunirse para hacer lo que
se les requería hacer por ley: aprobar los resultados electorales que todos los
estados reportaron —resultados que ya habían sido certificados y verificados,
recontados y litigados— y dar el penúltimo paso en el nombramiento oficial de
Biden como presidente; el proceso de la transferencia pacífica del poder sería
completo con la inauguración el 20 de enero1.
Debemos tomar una pausa y preguntarnos qué nos enseñan las escenas de
ventanas rotas y mobiliario volcado, turbas que aullaban y legisladores
encogidos y policías como-si-no-pasara-nada, sobre los extremos de la
situación. Comentaristas centristas son absolutamente correctos en decir que lo
ocurrido no tiene precedentes en la época moderna, y en remontarse a la Guerra
Civil de Estados Unidos en busca de algo con qué compararlo. Pero no hablan
suficientemente, para nada, de lo profundo de los conflictos
que han dado lugar a expresiones tan extremas.
La amenaza no ha
terminado: Primera parte
A pesar de la derrota el miércoles 6 de enero, esta amenaza no ha
terminado. Primero, Donald Trump sigue en el poder. Según informes de prensa (enlace
en inglés), su propia personal en la Casa Blanca dice “temer que Trump tome
acciones que resultan en más violencia y muerte si se queda en el poder aunque
unos pocos días”; hablan de una “mentalidad búnker” y dice que continúa
justificando las acciones de sus seguidores del miércoles 6. Sus turbas aún
permanecen en las calles de Washington, D.C.; relativamente pocas personas
fueron arrestadas por la policía del Capitolio2. Otras turbas trumpistas se tomaron
las calles en otras ciudades.
Pero se trata de mucho más que turbas. Casi 150 congresistas
republicanos, incluidos dos líderes de la delegación republicana, junto con
siete senadores republicanos, TODAVÍA votaron para privarle la presidencia a
Biden ilegalmente aún después de que se había dispersado la turba. Una
encuesta por la noche la que citó el Washington Post encontró
que los votantes republicanos encuestados vieron con buenos ojos el
motín reaccionario, por un margen de 45 por ciento a 43 por ciento.
Tanto por estas razones —como por la razón más fundamental de que no se
debe permitir que salga impune semejante intento descarado de un golpe de
estado fascista, para que no sienta precedente— hay que sacar a Trump
del poder lo antes posible.
La amenaza no ha
terminado: Segunda parte
Lo que ocurrió el 6 de enero no se inició cuando Trump convocó a sus
seguidores a acudir a Washington, D.C. No se inició cuando Trump ascendió a la
presidencia. Es más grande que Trump. Es algo más arraigado que Trump. Es más peligroso
que Trump en sí — al mismo tiempo que Trump ha jugado un papel crítico para
explotar estas divisiones, y cohesionar y movilizar a fuerzas fascistas un
tanto diversas.
La obra de Bob Avakian (BA) aborda a fondo
por qué pasó esto y cómo pasó en su obra que se remonta a mediados de los años
1990 al día de hoy, en que analiza las dinámicas del régimen de Trump y da
dirección crítica sobre cómo combatirlo. Si usted quiere entender seriamente lo
que enfrentamos —y lo que ocurrió el miércoles 6 pone en claro la naturaleza de
vida o muerte de semejante entendimiento—, tiene que explorar esta obra.
Pues en pocas palabras, un movimiento fascista ha venido cobrando fuerza
durante más de 40 años, un movimiento en el cual todo un sector de la población
vive casi literalmente en un mundo diferente donde su conocimiento de la
realidad se determina por las fantasías reaccionarias de escuelas cristianas e
iglesias fanáticas, locuras del Noticiero FOX/emisoras radiofónicas con
llamadas del público y sitios web conspirativas, etc. A estas personas se les
ha reforzado su creencia de que los derechos por los cuales los negros y otras
nacionalidades oprimidas han luchado y que han ganado, les representan una
amenaza, o disminuyen su posición. Se les ha condicionado para percibir que los
desafíos de las mujeres a las maneras en que son objeto de subordinación, o el
reconocimiento de la humanidad de la gente LGBTQ, como algo al que hay que
aplastar. Se les ha enseñado a ser xenófobos — a odiar, o al menos ver con
desprecio, a las personas originarias de otros países. Se les ha enseñado a
venerar al brazo represor del estado —a la policía y las fuerzas armadas— y de
hecho muchas de estas personas están incrustadas a lo largo de todas esas
instituciones. BA ha señalado la observación perspicaz de Ron Reagan (el hijo
progresista del ex presidente [fascista] Ronald Reagan), de que la razón por la
que estas personas se identifican tanto con Trump es que él odia a las
mismas personas que ellas odian.
¿Cuáles son algunos de los impulsores subyacentes centrales de este
avance general durante décadas hacia el fascismo? Estados Unidos enfrenta retos
sin precedentes por todo el mundo: el ascenso de China como un rival
imperialista, los desplazamientos económicos y sociales de la globalización
desenfrenada de la producción capitalista, el auge de un fundamentalismo
islámico despiadado que viene cohesionando una oposición a la dominación
imperialista, pero sobre una base reaccionaria. Ante eso, impulsados por una
concepción del mundo diferente y cambios en la sociedad
estadounidense (entre ellos la composición étnica cambiante), algunos sectores
de la clase dominante estadounidense están luchando —y han estado luchando—
para reordenar la sociedad estadounidense sobre la base de la supremacía blanca
y el fascismo cristiano más abiertos, como una norma aglutinante y para
contender en una situación mundial cambiante.
En unas palabras, y como parte de estas cosas, estos fascistas están
luchando por una forma diferente de gobernar, una forma abiertamente dictatorial
que haga volver a aquellos que han ganado cierta apariencia de derechos y
dignidad mediante una ardua lucha bajo la forma actual del dominio capitalista
a una subordinación aún más sofocante, y aquellos que se les oponen, o que
quieren luchar por un mundo mejor y más justo, no tengan ningún derecho más que
una celda carcelaria, o algo peor.
Muchos comentaristas señalan los muchos elementos del miércoles 6 —el
racismo, la megalomanía (el deseo lunático de conseguir poder) de Trump, la
corrupción y transas en beneficio propio, la intimidación a sus oponentes— y
todos estos elementos estaban obviamente en juego y en exhibición. Pero al
centro de la cosa —al cual que todavía hay que hacer frente en toda su
extensión— es el fascismo.
Lo que hay que hacer
Es muy necesario seguir de cerca y responder a los llamamientos de RefuseFascism.org (Rechazar el Fascismo)
en el período actual, en que siguen dirigiendo la lucha en diferentes formas.
Esto es crítico y será crítico, no solamente hasta que se resuelva en toda su
extensión esta batalla inmediata sino para continuar la lucha contra el
fascismo durante la administración de Biden. En nombre de la humanidad, nos
negamos a aceptar a un Estados Unidos fascista.
Al mismo tiempo, para reiterar lo que se dice arriba: hay que explorar
la obra de BA — explorar a fondo un análisis científico de las raíces de este
fascismo, la amenaza que representa, y más que nada, la manera de ir
más allá de un ciclo de rebotar entre una y otra forma de gobierno
imperialista que aplasta, sofoca y asesina a las personas por todo el mundo
(mientras que el fascismo se vuelve más monstruoso y grotesco, y presenta
amenazas existenciales a la humanidad). Esto es decisivo en este mero momento
para no solamente derrotar al fascismo, sino para el trabajo urgentemente
necesario para realmente emancipar a la humanidad y evitar una catástrofe
ecológica — ahora, y en los días y años por venir.
1. Durante
momentos críticos, una agrupación de aquellos que anteriormente cooperaban,
hasta cooperaban servilmente, con Trump (gente como el vicepresidente Mike
Pence y el líder republicano del Senado Mitch McConnell) se opusieron
decisivamente a esta maniobra. Para estas fuerzas, lo que Trump ha estado
exigiendo —echar por tierra los resultados de las elecciones— crearía e
intensificaría conflictos al interior de Estados Unidos y en general
“presentaría una imagen” que perjudicaría demasiado el “prestigio” de Estados
Unidos por el mundo en su mortífera contienda económica, política y militar con
otras potencias imperialistas. Estas personas son fascistas —
pero no estaban listas a apostar todo el futuro de su proyecto a la suerte
inmediata de Donald Trump.
2. De manera aún más indignante, algunos de esos puercos policías se tomaron selfies con miembros de la turba, junto con otras formas de aprobación y hasta cooperación — en agudo contraste con su trato brutal a los manifestantes contra el racismo y la brutalidad policial hace unos pocos meses.
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